LAUDATO SI
Queridos estudiantes de noveno, aquí les presento el excelente texto del Papa Francisco en relación con la actual situación del planeta. Haremos talleres y lo asociaremos con un texto argumentativo que corresponda a lenguaje.
1.- Editorial de "El país" 29 junio-15
‘Alabado sea’
El papa Francisco ha puesto el
dedo en una nueva llaga, la del cambio climático. El pontífice ha hablado claro
y fuerte a través de la encíclica Laudato si (Alabado sea), para señalar la
importancia de un asunto que compete hoy más que nunca a toda humanidad, sin
distingos de raza y credo, pero también para decir que la Iglesia Católica está
dispuesta a hacerse escuchar en aquella mesa en la que las grandes potencias
deciden buena parte de la vida del Planeta.
Las consideraciones ecologistas
de un hombre al que muchos prefieren seguir llamando Bergoglio tocan a todos
los sectores de la población, pero si alguien se tiene que sentir aludido es el
club de los llamados países ricos, responsables mayores de los contaminantes
que envenenan a la Tierra y, además, principales opositores en los foros
internacionales a que sus industrias sean puestas en cintura por parte de una
humanidad agobiada y doliente, también en el tema medioambiental.
En ese sentido, Francisco ha
entrado de lleno en el debate para proclamar que el calentamiento global es una
realidad y no un invento de fanáticos, como señalan sectores enraizados en las
economías más fuertes, dispuestos a no ceder. El hecho de que el Papa vea en el
horizonte menos agua potable, con todos sus efectos en la agricultura y la
supervivencia de especies amenazadas, más los riesgos que conlleva el
crecimiento de nivel de los mares para la vida de millones de personas,
demuestra que el asunto va más allá de un simple pronunciamiento del Vaticano.
También son de fondo sus
consideraciones sobre que detrás del cambio climático está, antes que el
deterioro del planeta, el “consumismo inmoral”, que en términos de medio
ambiente se palpa en las tecnologías depredadoras utilizadas para extraer
petróleo, carbón y gas. El papa clama por energías alternativas.
Francisco sabe que sus palabras
no se las llevará el viento y que, a la par del respaldo que en los diversos
ámbitos ha tenido la Laudato sí, vendrán a contracorriente los reparos a lo que
algunos consideran como una extralimitación de funciones. Basta como ejemplo la
respuesta inmediata del precandidato republicano Jeb Bush: en materia
económica, la Presidencia de los Estados Unidos no está obligada a seguir ni a
papas ni a obispos.
Eso demuestra que el efecto
político inmediato de las encíclicas es una realidad. Otra cosa es que sus
consecuencias sean mensurables términos electorales, solo para citar la
coyuntura actual en los Estados Unidos. Pronto lo dirán las cifras.
Lo que sí es cierto es que el
mensaje de Francisco se convertirá, aparte de instrumento de reflexión, en
pieza recurrente en el marco de las relaciones Norte - Sur, a las que denomina
como “estructuralmente perversas” a favor del mundo industrializado y en “deuda
ecológica” con los más pobres. Pero el radio de acción de la Laudato si promete
ir más allá, hasta el seno de las naciones desarrolladas pero atrapadas en una
crisis en la que, como piensa Bergoglio, la economía terminó mandando sobre la
política, con todas sus consecuencias.
2.- Texto completo de la Encíclica "Alabado
Sea"
CARTA ENCÍCLICA
LAUDATO SI’
DEL SANTO PADRE
FRANCISCO
SOBRE EL CUIDADO DE LA CASA COMÚN
1. «Laudato si’, mi’ Signore» –
«Alabado seas, mi Señor», cantaba san Francisco de Asís. En ese hermoso cántico
nos recordaba que nuestra casa común es también como una hermana, con la cual
compartimos la existencia, y como una madre bella que nos acoge entre sus
brazos: «Alabado seas, mi Señor, por la hermana nuestra madre tierra, la cual
nos sustenta, y gobierna y produce diversos frutos con coloridas flores y
hierba»[1].
2. Esta hermana clama por el daño
que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que
Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y
dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón
humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de
enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres
vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está
nuestra oprimida y devastada tierra, que «gime y sufre dolores de parto» (Rm
8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio
cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da
el aliento y su agua nos vivifica y restaura.
Nada de este mundo nos resulta
indiferente
3. Hace más de cincuenta años,
cuando el mundo estaba vacilando al filo de una crisis nuclear, el santo Papa
Juan XXIII escribió una encíclica en la cual no se conformaba con rechazar una
guerra, sino que quiso transmitir una propuesta de paz. Dirigió su mensaje
Pacem in terris a todo el «mundo católico », pero agregaba «y a todos los
hombres de buena voluntad ». Ahora, frente al deterioro ambiental global,
quiero dirigirme a cada persona que habita este planeta. En mi exhortación
Evangelii gaudium, escribí a los miembros de la Iglesia en orden a movilizar un
proceso de reforma misionera todavía pendiente. En esta encíclica, intento
especialmente entrar en diálogo con todos acerca de nuestra casa común.
4. Ocho años después de Pacem in
terris, en 1971, el beato Papa Pablo VI se refirió a la problemática ecológica,
presentándola como una crisis, que es « una consecuencia dramática » de la
actividad descontrolada del ser humano: « Debido a una explotación
inconsiderada de la naturaleza, [el ser humano] corre el riesgo de destruirla y
de ser a su vez víctima de esta degradación »[2].También habló a la FAO sobre
la posibilidad de una «catástrofe ecológica bajo el efecto de la explosión de la
civilización industrial», subrayando la «urgencia y la necesidad de un cambio
radical en el comportamiento de la humanidad», porque «los progresos
científicos más extraordinarios, las proezas técnicas más sorprendentes, el
crecimiento económico más prodigioso, si no van acompañados por un auténtico
progreso social y moral, se vuelven en definitiva contra el hombre»[3].
5. San Juan Pablo II se ocupó de
este tema con un interés cada vez mayor. En su primera encíclica, advirtió que
el ser humano parece «no percibir otros significados de su ambiente natural,
sino solamente aquellos que sirven a los fines de un uso inmediato y
consumo»[4]. Sucesivamente llamó a una conversión ecológica global[5]. Pero al
mismo tiempo hizo notar que se pone poco empeño para «salvaguardar las
condiciones morales de una auténtica ecología humana»[6]. La destrucción del
ambiente humano es algo muy serio, porque Dios no sólo le encomendó el mundo al
ser humano, sino que su propia vida es un don que debe ser protegido de
diversas formas de degradación. Toda pretensión de cuidar y mejorar el mundo
supone cambios profundos en «los estilos de vida, los modelos de producción y
de consumo, las estructuras consolidadas de poder que rigen hoy la
sociedad»[7].El auténtico desarrollo humano posee un carácter moral y supone el
pleno respeto a la persona humana, pero también debe prestar atención al mundo
natural y «tener en cuenta la naturaleza de cada ser y su mutua conexión en un
sistema ordenado»[8]. Por lo tanto, la capacidad de transformar la realidad que
tiene el ser humano debe desarrollarse sobre la base de la donación originaria
de las cosas por parte de Dios[9].
6. Mi predecesor Benedicto XVI
renovó la invitación a «eliminar las causas estructurales de las disfunciones
de la economía mundial y corregir los modelos de crecimiento que parecen
incapaces de garantizar el respeto del medio ambiente»[10]. Recordó que el
mundo no puede ser analizado sólo aislando uno de sus aspectos, porque «el
libro de la naturaleza es uno e indivisible», e incluye el ambiente, la vida,
la sexualidad, la familia, las relaciones sociales, etc. Por consiguiente, «la
degradación de la naturaleza está estrechamente unida a la cultura que modela
la convivencia humana »[11]. El Papa Benedicto nos propuso reconocer que el
ambiente natural está lleno de heridas producidas por nuestro comportamiento
irresponsable. También el ambiente social tiene sus heridas. Pero todas ellas
se deben en el fondo al mismo mal, es decir, a la idea de que no existen
verdades indiscutibles que guíen nuestras vidas, por lo cual la libertad humana
no tiene límites. Se olvida que «el hombre no es solamente una libertad que él
se crea por sí solo. El hombre no se crea a sí mismo. Es espíritu y voluntad,
pero también naturaleza»[12]. Con paternal preocupación, nos invitó a tomar
conciencia de que la creación se ve perjudicada «donde nosotros mismos somos
las últimas instancias, donde el conjunto es simplemente una propiedad nuestra
y el consumo es sólo para nosotros mismos. El derroche de la creación comienza
donde no reconocemos ya ninguna instancia por encima de nosotros, sino que sólo
nos vemos a nosotros mismos»[13].
Unidos por una misma preocupación
7. Estos aportes de los Papas
recogen la reflexión de innumerables científicos, filósofos, teólogos y
organizaciones sociales que enriquecieron el pensamiento de la Iglesia sobre
estas cuestiones. Pero no podemos ignorar que, también fuera de la Iglesia Católica,
otras Iglesias y Comunidades cristianas –como también otras religiones– han
desarrollado una amplia preocupación y una valiosa reflexión sobre estos temas
que nos preocupan a todos. Para poner sólo un ejemplo destacable, quiero
recoger brevemente parte del aporte del querido Patriarca Ecuménico Bartolomé,
con el que compartimos la esperanza de la comunión eclesial plena.
8. El Patriarca Bartolomé se ha
referido particularmente a la necesidad de que cada uno se arrepienta de sus
propias maneras de dañar el planeta, porque, «en la medida en que todos
generamos pequeños daños ecológicos», estamos llamados a reconocer «nuestra
contribución –pequeña o grande– a la desfiguración y destrucción de la
creación»[14]. Sobre este punto él se ha expresado repetidamente de una manera
firme y estimulante, invitándonos a reconocer los pecados contra la creación:
«Que los seres humanos destruyan la diversidad biológica en la creación divina;
que los seres humanos degraden la integridad de la tierra y contribuyan al cambio
climático, desnudando la tierra de sus bosques naturales o destruyendo sus
zonas húmedas; que los seres humanos contaminen las aguas, el suelo, el aire.
Todos estos son pecados»[15]. Porque «un crimen contra la naturaleza es un
crimen contra nosotros mismos y un pecado contra Dios»[16].
9. Al mismo tiempo, Bartolomé
llamó la atención sobre las raíces éticas y espirituales de los problemas
ambientales, que nos invitan a encontrar soluciones no sólo en la técnica sino
en un cambio del ser humano, porque de otro modo afrontaríamos sólo los
síntomas. Nos propuso pasar del consumo al sacrificio, de la avidez a la
generosidad, del desperdicio a la capacidad de compartir, en una ascesis que
«significa aprender a dar, y no simplemente renunciar. Es un modo de amar, de
pasar poco a poco de lo que yo quiero a lo que necesita el mundo de Dios. Es
liberación del miedo, de la avidez, de la dependencia»[17]. Los cristianos,
además, estamos llamados a « aceptar el mundo como sacramento de comunión, como
modo de compartir con Dios y con el prójimo en una escala global. Es nuestra
humilde convicción que lo divino y lo humano se encuentran en el más pequeño
detalle contenido en los vestidos sin costuras de la creación de Dios, hasta en
el último grano de polvo de nuestro planeta »[18].
San Francisco de Asís
10. No quiero desarrollar esta
encíclica sin acudir a un modelo bello que puede motivarnos. Tomé su nombre
como guía y como inspiración en el momento de mi elección como Obispo de Roma.
Creo que Francisco es el ejemplo por excelencia del cuidado de lo que es débil
y de una ecología integral, vivida con alegría y autenticidad. Es el santo
patrono de todos los que estudian y trabajan en torno a la ecología, amado
también por muchos que no son cristianos. Él manifestó una atención particular
hacia la creación de Dios y hacia los más pobres y abandonados. Amaba y era
amado por su alegría, su entrega generosa, su corazón universal. Era un místico
y un peregrino que vivía con simplicidad y en una maravillosa armonía con Dios,
con los otros, con la naturaleza y consigo mismo. En él se advierte hasta qué
punto son inseparables la preocupación por la naturaleza, la justicia con los
pobres, el compromiso con la sociedad y la paz interior.
11. Su testimonio nos muestra
también que una ecología integral requiere apertura hacia categorías que
trascienden el lenguaje de las matemáticas o de la biología y nos conectan con
la esencia de lo humano. Así como sucede cuando nos enamoramos de una persona,
cada vez que él miraba el sol, la luna o los más pequeños animales, su reacción
era cantar, incorporando en su alabanza a las demás criaturas. Él entraba en
comunicación con todo lo creado, y hasta predicaba a las flores «invitándolas a
alabar al Señor, como si gozaran del don de la razón»[19]. Su reacción era
mucho más que una valoración intelectual o un cálculo económico, porque para él
cualquier criatura era una hermana, unida a él con lazos de cariño. Por eso se
sentía llamado a cuidar todo lo que existe. Su discípulo san Buenaventura decía
de él que, «lleno de la mayor ternura al considerar el origen común de todas
las cosas, daba a todas las criaturas, por más despreciables que parecieran, el
dulce nombre de hermanas»[20]. Esta convicción no puede ser despreciada como un
romanticismo irracional, porque tiene consecuencias en las opciones que
determinan nuestro comportamiento. Si nos acercamos a la naturaleza y al
ambiente sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el
lenguaje de la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo,
nuestras actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero
explotador de recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos.
En cambio, si nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la
sobriedad y el cuidado brotarán de modo espontáneo. La pobreza y la austeridad
de san Francisco no eran un ascetismo meramente exterior, sino algo más
radical: una renuncia a convertir la realidad en mero objeto de uso y de
dominio.
12. Por otra parte, san
Francisco, fiel a la Escritura, nos propone reconocer la naturaleza como un
espléndido libro en el cual Dios nos habla y nos refleja algo de su hermosura y
de su bondad: «A través de la grandeza y de la belleza de las criaturas, se
conoce por analogía al autor» (Sb 13,5), y «su eterna potencia y divinidad se
hacen visibles para la inteligencia a través de sus obras desde la creación del
mundo» (Rm 1,20). Por eso, él pedía que en el convento siempre se dejara una
parte del huerto sin cultivar, para que crecieran las hierbas silvestres, de
manera que quienes las admiraran pudieran elevar su pensamiento a Dios, autor
de tanta belleza[21]. El mundo es algo más que un problema a resolver, es un
misterio gozoso que contemplamos con jubilosa alabanza.
Mi llamado
13. El desafío urgente de
proteger nuestra casa común incluye la preocupación de unir a toda la familia
humana en la búsqueda de un desarrollo sostenible e integral, pues sabemos que
las cosas pueden cambiar. El Creador no nos abandona, nunca hizo marcha atrás
en su proyecto de amor, no se arrepiente de habernos creado. La humanidad aún
posee la capacidad de colaborar para construir nuestra casa común. Deseo
reconocer, alentar y dar las gracias a todos los que, en los más variados
sectores de la actividad humana, están trabajando para garantizar la protección
de la casa que compartimos. Merecen una gratitud especial quienes luchan con
vigor para resolver las consecuencias dramáticas de la degradación ambiental en
las vidas de los más pobres del mundo. Los jóvenes nos reclaman un cambio.
Ellos se preguntan cómo es posible que se pretenda construir un futuro mejor
sin pensar en la crisis del ambiente y en los sufrimientos de los excluidos.
14. Hago una invitación urgente a
un nuevo diálogo sobre el modo como estamos construyendo el futuro del planeta.
Necesitamos una conversación que nos una a todos, porque el desafío ambiental
que vivimos, y sus raíces humanas, nos interesan y nos impactan a todos. El
movimiento ecológico mundial ya ha recorrido un largo y rico camino, y ha
generado numerosas agrupaciones ciudadanas que ayudaron a la concientización.
Lamentablemente, muchos esfuerzos para buscar soluciones concretas a la crisis
ambiental suelen ser frustrados no sólo por el rechazo de los poderosos, sino
también por la falta de interés de los demás. Las actitudes que obstruyen los
caminos de solución, aun entre los creyentes, van de la negación del problema a
la indiferencia, la resignación cómoda o la confianza ciega en las soluciones
técnicas. Necesitamos una solidaridad universal nueva. Como dijeron los Obispos
de Sudáfrica, «se necesitan los talentos y la implicación de todos para reparar
el daño causado por el abuso humano a la creación de Dios»[22]. Todos podemos
colaborar como instrumentos de Dios para el cuidado de la creación, cada uno
desde su cultura, su experiencia, sus iniciativas y sus capacidades.
15. Espero que esta Carta
encíclica, que se agrega al Magisterio social de la Iglesia, nos ayude a
reconocer la grandeza, la urgencia y la hermosura del desafío que se nos
presenta. En primer lugar, haré un breve recorrido por distintos aspectos de la
actual crisis ecológica, con el fin de asumir los mejores frutos de la
investigación científica actualmente disponible, dejarnos interpelar por ella
en profundidad y dar una base concreta al itinerario ético y espiritual como se
indica a continuación. A partir de esa mirada, retomaré algunas razones que se
desprenden de la tradición judío-cristiana, a fin de procurar una mayor
coherencia en nuestro compromiso con el ambiente. Luego intentaré llegar a las
raíces de la actual situación, de manera que no miremos sólo los síntomas sino
también las causas más profundas. Así podremos proponer una ecología que, entre
sus distintas dimensiones, incorpore el lugar peculiar del ser humano en este
mundo y sus relaciones con la realidad que lo rodea. A la luz de esa reflexión
quisiera avanzar en algunas líneas amplias de diálogo y de acción que
involucren tanto a cada uno de nosotros como a la política internacional.
Finalmente, puesto que estoy convencido de que todo cambio necesita
motivaciones y un camino educativo, propondré algunas líneas de maduración
humana inspiradas en el tesoro de la experiencia espiritual cristiana.
16. Si bien cada capítulo posee su temática
propia y una metodología específica, a su vez retoma desde una nueva óptica
cuestiones importantes abordadas en los capítulos anteriores. Esto ocurre
especialmente con algunos ejes que atraviesan toda la encíclica. Por ejemplo:
la íntima relación entre los pobres y la fragilidad del planeta, la convicción
de que en el mundo todo está conectado, la crítica al nuevo paradigma y a las
formas de poder que derivan de la tecnología, la invitación a buscar otros
modos de entender la economía y el progreso, el valor propio de cada criatura,
el sentido humano de la ecología, la necesidad de debates sinceros y honestos,
la grave responsabilidad de la política internacional y local, la cultura del
descarte y la propuesta de un nuevo estilo de vida. Estos temas no se cierran
ni abandonan, sino que son constantemente replanteados y enriquecidos.